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MUERTE DE UN TALENTO

lunes, 15 de noviembre de 2010

"Al tercer día de nacer ya me estaba cagando en la sociedad española. Siempre he tenido la sensación de que no iba a tener nada positivo, y he intentado crearme válvulas de escape... Dice Piccoli que soy el Quijote. ¡Tendría que ser el marqués de Sade! Hasta la Guerra Civil yo era un solitario total, no tenía amigos. Tenía la fantasía estúpida de querer ser invisible. Luego llegó la contienda y tuve que salir de casa. En el 36 yo tenía 15 años. Y a los 13 ya sabía qué pasaba en España, porque mi padre era diputado republicano y mi abuelo había sido senador con Sagasta... Mi familia era una familia de políticos, y con ellos supe que la política era una cagada, como todo...".


Hace tiempo que se sabía que Luis García Berlanga (Valencia, 1921 / Madrid, 13 de noviembre) estaba muy enfermo, y muy mayor, y que su desaparición podía ser inminente. Sin embargo, no por esperada la noticia deja de sorprender, como siempre nos sorprende la muerte de los seres queridos. Porque, aunque la mayoría no conociera a Berlanga personalmente, sí lo quería como si fuera un miembro más de la familia. A fin de cuentas, Berlanga, que era desde luego el padrino del cine nacional, ha acompañado a varias generaciones de españoles a lo largo de los últimos años con sus impagables películas, con las que conseguía a lo que aspira todo artista: por una parte, divertir y entretener a un gran numero de público; por la otra, hacerlo con filmes de calidad incuestionable que forman parte de la memoria sentimental de millones: Bienvenido Mister Marshall (1953), Los jueves milagro (1957), El verdugo (1963) o los tres episodios de La escopeta nacional (1978, 81, y 82).

Hay quien cree que la función del cine, como la de la literatura, es dejar constancia del tiempo en que fueron realizados. Otros opinan, como Billy Wilder, el Berlanga de Hollywood, que el cine, debe ante todo hacer que el espectador olvide sus cuitas durante hora y media. Y aún hay quien opina que el cine debe, ante todo, buscar la esencia de la vida, una suerte de trascendencia universal y atemporal que nos muestre al ser humano tal y como es, sin importar el tiempo ni la época. El cine de Berlanga cumple las tres máximas a la perfección

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Iconoclasta y genial, el arte de Berlanga enlaza con algunas de las mejores tradiciones: del surrealismo, que en su caso surgía no de la exageración sino de la pura constatación de una realidad que superaba cualquier expectativa, a un humor negro negrísimo pasando por una decidida voluntad de contar la realidad narrando historias que se conviertan en algo más que historias, en fábulas y metáforas sobre lo que significa vivir y más concretamente, sobre lo que significa vivir sin libertad. Se ha dicho muchas veces, poniendo a Berlanga como ejemplo, que las dictaduras pueden servir como acicate para los artistas para devanarse los sesos y contar las cosas de una forma más compleja, menos directa y obvia que lo que permiten las tolerantes democracias. Él mismo se nego a darle la razón a este argumento y  recordó muchas veces que la censura y la pacatez franqusita le hicieron la vida imposible. Junto a Rafael Azcona, que nos dejó hace poco, supieron, de forma tan valerosa como inteligente, darle la vuelta a las restricciones, pero eso no significa que las agradecieran, ni mucho menos.

Precisamente, ese compromiso con la realidad española más inmediata es lo que no ha dado a Berlanga un reconocimiento internacional que sí han tenido los otros dos 'grandes' del cine español, Buñuel y Almodovar, el primero hermano de cuitas y el segundo heredero directo, sin duda deudor del maestro en ese tono que oscila entre la comedia y el drama que ha dado al manchego sus mejores éxitos. El propio director confesó alguna vez que fuera de las fronteras nacionales no se le reconocía tanto como quizá debiera. Es una injusticia histórica que quizá su muerte, como suele pasar en estos menesteres, solucione. 


El cine de Berlanga, tan atento a las debilidades del alma, tan preciso a la hora de reunir en un solo plano a distintos personajes y explicar cómo se soluciona su conflicto de intereses, tan divertido al fin y al cabo, tiene asegurada la posteridad. Basta ver sus películas para descubrir, con mayor rigor y precisión que cualquier tratado e historia, cómo hemos sido y de dónde venimos. Por eso, los españoles siempre le quisieron y hoy (por ayer), le lloramos.